El analfabetismo funcional constituye una forma insidiosa de exclusión cultural y cognitiva que afecta a millones de personas en el mundo contemporáneo.
Se refiere a aquellos individuos que, a pesar de haber recibido instrucción escolar, no logran aplicar de manera competente las habilidades de lectura, escritura y cálculo en los contextos ordinarios de la vida diaria.
Esta limitación, lejos de desaparecer con el progreso tecnológico, ha adquirido nuevas dimensiones a raíz de la expansión de Internet y del uso constante de dispositivos digitales, los cuales han transformado no sólo el acceso a la información, sino también los hábitos y capacidades lectoras.
Numerosas investigaciones internacionales advierten que el entorno digital, dominado por la lectura en pantalla, favorece prácticas cognitivas que debilitan la comprensión profunda de los textos.
El lector digital se ve estimulado a escanear la información de forma rápida, a saltar entre párrafos, enlaces y pestañas, en un comportamiento conocido como skimming.
Esta modalidad de lectura superficial, intensificada por la constante exposición a estímulos como notificaciones, hipervínculos y anuncios emergentes, erosiona la concentración sostenida y la capacidad de análisis crítico.
En consecuencia, se observa una progresiva dificultad para construir significados complejos y realizar inferencias, habilidades esenciales para la interpretación de textos elaborados.
Un estudio reciente publicado en "Frontiers in Psychology" subraya el auge del llamado “lector distraído”: un sujeto que, debido a las interferencias constantes del entorno digital, presenta serias dificultades para seguir el hilo argumental de un texto o captar sus matices conceptuales.
A ello se suma el impacto negativo del uso intensivo de teléfonos inteligentes, que según diversos estudios en neurociencia cognitiva, altera los circuitos cerebrales vinculados a la atención y al pensamiento reflexivo, favoreciendo un procesamiento acelerado pero superficial de la información.
La brecha entre la lectura en papel y la lectura digital se acentúa particularmente en los niños y adolescentes.
Investigaciones recientes han demostrado que los menores de entre 10 y 12 años comprenden de manera significativamente más profunda los textos impresos que aquellos leídos en pantalla. La materialidad del papel, la linealidad del texto impreso y la ausencia de estímulos distractores propician un tipo de lectura más concentrada y comprometida, que estimula la retención, el análisis y la reflexión.
Desde el punto de vista pedagógico, la introducción masiva de tecnologías digitales en el ámbito escolar no ha garantizado una mejora en los procesos de comprensión lectora. Al contrario, numerosos docentes alertan sobre la pérdida de capacidad para leer textos extensos y complejos, así como sobre la preferencia creciente por contenidos breves, fragmentados y de rápida circulación, como los que predominan en las redes sociales.
Esta tendencia empobrece el pensamiento crítico y dificulta la formación de ciudadanos capaces de desenvolverse con autonomía intelectual en entornos saturados de información.
Internet, en efecto, ha democratizado el acceso al conocimiento, pero también ha modificado radicalmente las condiciones bajo las cuales ese conocimiento se adquiere y se procesa.
El analfabetismo funcional, lejos de erradicarse, se ha reconfigurado bajo una nueva forma: la del sujeto hiperconectado que, aunque expuesto constantemente a textos e información, es incapaz de interpretar con profundidad, valorar críticamente y construir sentido a partir de lo que lee.
Enfrentar este desafío exige una respuesta integral: no basta con alfabetizar técnicamente, sino que es imperativo fomentar una cultura de la lectura profunda, reflexiva y crítica, capaz de resistir la inmediatez y la fragmentación que impone la lógica digital contemporánea.
(Cuadro "Le Soir blue" de Edward Hopper)

