La poesía palestina está de luto, y sin embargo, resiste.
Sobre las ruinas ardientes de Gaza, donde la muerte ya no lleva nombre, la palabra poética continúa alzándose. Lo hace como un hilo de voz trenzado con ceniza, esperanza y dignidad. La devastación presente no es un paréntesis: es la prolongación de una historia marcada por el despojo y la violencia, una línea que se traza desde 1948 y que no cesa.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Theodor Adorno afirmó que escribir poesía después de Auschwitz era un acto imposible. Pero con el tiempo rectificó. La literatura, dijo luego, no solo puede: debe continuar. Porque cuando el mundo se deshumaniza, el poema es lo que queda —como acto, como testimonio, como derecho último a imaginar.
En este contexto de pérdida y resistencia, también la literatura palestina ha sido herida.
Refaat Alareer (1979–2023), poeta y profesor en la Universidad Islámica de Gaza, eligió el inglés como herramienta de resonancia universal. Escribir para ser leído más allá de los muros y los mares. Murió bajo las bombas, en la noche del 6 al 7 de diciembre de 2023. Un mes antes, había escrito If I Die, un poema-testamento:
Si he de morir / que lleve entonces una esperanza / que mi final sea un relato.
La poesía como última ofrenda. Como semilla.
Pocas semanas antes, el 20 de octubre, Hiba Abu Nada (1991–2023), poeta y narradora de tan solo 32 años, fue asesinada en su hogar, al sur de Gaza. Aún quedan sus versos, escritos el 10 de octubre:
Te protegeré / si estás herido o sufres / con las escrituras sagradas guardé / el sabor de las naranjas del fósforo / y de los humos tóxicos los colores de las nubes / te protegeré / un día el polvo se disipará / y los dos enamorados muertos reirán / tomados de la mano.
Aquí, el poema se transforma en refugio. La palabra no huye: acoge. En esta voz asediada, resuenan la ternura, la entrega, y una obstinación por la vida que sobrevive incluso a la muerte.
La revista Fikra (“Idea”), nacida en Ramala en 2022, ha tejido un espacio para que las voces palestinas —en árabe y en inglés— puedan seguir diciendo. Desde el inicio de la masacre sobre Gaza, ha publicado poemas de Massa Fadah y Mai Serhan. Esta última escribe Tunnel, una pieza que interroga, con lucidez y furia contenida, la indiferencia cómplice de Occidente:
Piers Morgan no deja de preguntar: / “¿Cuál es una respuesta proporcional?” / Dile que depende. Si fuera una casa / de sauces y nogales, estaría a salvo de las balas, sería un recuerdo. / Si fuera una palabra / sería un verso épico; no hay / palabras para un niño que no sobrevive a su familia, / solo un acrónimo, una anomalía. / Dile que, si fuera un niño, no debería / atormentar sus sueños. El niño / nunca debió nacer de una madre, sino / de la tierra. Ese niño es una semilla, recuérdaselo, / la semilla está bajo tierra, es algo obstinado, / más profundo que un túnel.
La imagen del niño-semilla, enterrado no como fin sino como inicio, encarna toda la dimensión de lo poético en tiempos de catástrofe: resistir al silencio impuesto, abrir grietas donde aún pueda germinar el sentido.
Otras plataformas, como Action for Hope, se suman a este esfuerzo por amplificar voces que el estruendo quiere acallar. Desde el exilio o bajo la amenaza constante, los poetas siguen escribiendo. El proyecto This is Gaza (“Aquí, Gaza”) propone lecturas performativas de estos textos, subtitulados en inglés y francés, mientras que un cuaderno bilingüe, en árabe e inglés, ha sido difundido para alcanzar a más lectores. Porque la poesía, en su vulnerabilidad, es también un arma.
Y es que la poesía no acepta la rendición. No ante el horror, ni ante las normas impuestas —sean estas lingüísticas, formales, ideológicas o propagandísticas. Esa es su fuerza originaria: su insumisión. A lo largo del siglo XX y hasta hoy, ha resistido al fascismo, al colonialismo, al autoritarismo. Y ha pagado caro: con muerte, con exilio, con cárcel.
Desde Robert Desnos (1900–1945), muerto en un campo de concentración, hasta Federico García Lorca (1898–1936), fusilado por el franquismo; desde Nâzim Hikmet (1901–1963), preso en Turquía durante doce años, hasta Kateb Yacine(1929–1989), encarcelado a los 16 por la Francia colonial; desde Joy Harjo (1951), voz de las naciones originarias norteamericanas, hasta Nûdem Durak (1993), quien canta por el pueblo kurdo y lleva casi una década tras las rejas: la poesía ha sido —y sigue siendo— una forma de ofrenda y de desafío.
Hoy, en Gaza, el joven poeta Haidar Al Ghazali escribe con la urgencia de quien no sabe si verá el amanecer. Así comienza uno de sus textos:
Son las cuatro y cuarto de la mañana, voy a dormir y preparo mi cuerpo por si un misil de repente lo hace estallar. Preparo mis recuerdos, mis sueños, / para que se conviertan en noticia de última hora o en un número dentro de un expediente. / Que el misil llegue mientras duermo, así no sentiré dolor. / Este es nuestro último sueño en tiempos de guerra, / y un final muy patético para nuestros grandes sueños. / Trato de apartar este miedo íntimo acostándome con una pregunta: / ¿quién le dijo alguna vez al pueblo de Gaza que quien duerme no sufre?
La poesía palestina de hoy está herida, destrozada, pero viva.
Con la voz rota, pero alzada.
Para denunciar, recordar, amar, soñar —incluso bajo las bombas.

