PIÙ LUCE! 2025

FESTIVAL DE POESIA, TEATRO Y MUSICA

No basta con recorrer nuevos caminos si no se está dispuesto a mirar con nuevos ojos.
Hay quienes viajan por medio mundo pero, incapaces de ser distintos de sí mismos, de salir de su propio yo, de experimentar el *éxtasis*—en su sentido más profundo y etimológico—bien podrían haberse quedado a dos manzanas de SU casa.

Por el contrario, hay quienes, por limitaciones objetivas—ya sean físicas o económicas—no pueden vivir las aventuras que sueñan. Y, sin embargo, poseen una inmensa capacidad de imaginación y deseo, esa famosa *hambre de estrellas* que traza mapas y senderos sin que tal vez se muevan de la estrechez de una humilde cocina en la periferia.

Porque, aunque suene a cliché, es terriblemente cierto que todo viaje comienza siempre dentro de uno mismo—quizás incluso desde una herida, ya sea para abrirla o para cerrarla.

Si uno no está dispuesto a arriesgarse, a despojarse de los hábitos que marcan las rutas aparentemente más seguras del *día tras día*, el viaje nunca comienza realmente, por más que el cuentakilómetros o los navegadores insistan en lo contrario en todos los idiomas del mundo.

*"¡Piú Luce!"* 2025 tiende la mano—o mejor aún, abre el camino—a los viajeros de todos los tiempos y espacios, a aquellos capaces de inventarse su propia ruta, tejida también con inspiración literaria y poética.
A través de la poesía y la literatura, nos invita a sentir el polvo en los ojos y las manos resecas por el viento de pensamientos que puedan impulsarnos hacia horizontes inaccesibles para cualquier gélida pantalla.

En repetidas ocasiones hemos dejado claro que no queremos sucumbir a nostalgias de sepulcros blanqueados, pero tampoco podemos ignorar la evidencia, cultural y social, de la distinta dimensión que *el viaje* ha asumido tras la irrupción y el *aplastante dominio* de las nuevas tecnologías.
Hubo un tiempo en el que se viajaba también para perderse y perder, para desaparecer y reencontrarse—tal vez transformados—en un lugar donde nadie podía hallarnos a menos que nosotros lo decidiéramos.
El peso de la voluntad individual trazaba contornos definidos, a veces incluso despiadados, y delineaba nuestra capacidad de *crecer*, al margen del punto de partida y de destino.

Hoy, la a ratos *violenta* e impuesta disponibilidad que nos ofrecen los teléfonos móviles y otros dispositivos nos deja en una especie de estado constante, que no nos hace avanzar ni retroceder en nuestra posición en el mundo—una paradoja de inmovilidad incluso en el movimiento más extremo.
Estoy en Shanghái, pero puedes hablarme como si estuviera detrás de tu casa.
He cruzado mares y escalado montañas, pero puedes *geolocalizarme* en cuanto descifre la contraseña del Wi-Fi de turno.
Me muevo, pero estoy inmóvil, a un segundo de tu llamada.

A pesar de las innegables ventajas que esta hiperconectividad ofrece en situaciones de peligro y necesidad, no se puede negar que algo, algo fundamental, corre el riesgo de perderse.
Perdónese el juego de palabras, pero estamos hablando precisamente de la *imposibilidad de perderse*, del *estar siempre presente*, del permanecer fijos en un mundo que nos reduce a unos pocos centímetros de pantalla, igual para todos.

Más que nunca, en esta edición, que resuene con fuerza y claridad la invitación desde nuestra balsa en este mar de emociones cuyas coordenadas ninguna brújula puede conocer, porque cambian sin cesar, ingobernables como los sentimientos de los *verdaderos* viajeros.
Aquellos que parten sin importar el destino.
Aquellos que regresan, pero nunca iguales a como se fueron.

No es casualidad que el manifiesto de este año sea la proyección poética de *El caminante sobre el mar de nubes*, quizá la pintura más romántica de la producción alemana del siglo XIX.
Descaradamente románticos, pues, os llamamos a un eslalon entre caminos no tomados y vidas dobles, triples, cuádruples—ya sean posibles o meramente soñadas—hacia horizontes donde podamos perdernos, sin miedo a que se agote ninguna batería.

Ojos, corazón y aliento—largo o entrecortado—no necesitan otra fuente de energía que la capacidad de asombro y de maravilla.
Sería bueno recordárselo más a menudo a quienes nunca lo han sabido, o lo han olvidado, para recuperar un poco de ese espacio indefinido e indefinible por nada más que nuestra propia experiencia personal, tejida de detalles y matices que ninguna inteligencia artificial podrá jamás adivinar con la exactitud, irrepetible y única del *aquí y ahora*, de nuestra mirada.

**Paola Veneto**

*Lanzarote, 1 de abril de 2025*